Tomó entre ambas manos aquella última partícula
la guardó junto a su pecho, protegida tanto del calor como del frío:
tan pequeña era que se podía secar, que se podría ahogar.
La guardó tan profundo, que la pequeña partícula no vio la luz del sol.
Y en su afán de protegerla, la alejó de todo y de todos,
se volvió arisca y ermitaña.
La partícula fue perdiendo su color.
La partícula dejó de latir en algún momento.
Algún día saldrá nuevamente al sol.
Se aireará y beberá. Podrá sentir el contacto de un otro.
El sol la calentará con sus cálidos rayos.
Sigo esperando aquel momento.
En que la partícula asome sus cachos al sol,
con nuevas esperanzas abrazadas, asome sus cachos al sol.