miércoles, septiembre 11

La multitud oscura

Ahí la vi alzarse frente a mi: la multitud oscura esperaba al encuentro entre la espesura de la neblina matinal, soportando el embiste de un viento punzante de fines de otoño. Estaba bien delineada y conformada, estaba lista para el abordaje. 

Me resultaban intrigantes, desde temprana edad, los rostros firmes y severos, las manos apretadas, el grito ahogado, preso en la garganta. 

No siempre fue así, al parecer. Al menos eso contaba mi padre, de historias de cuando el suyo vivía. Hoy por hoy nos queda esta masa oscura, una masa que se conformó en algún tiempo que mi padre intenta identificar, rascándose su ya poco habitada corona, intentando comprender.

Recuerdo cómo éramos todos iguales: jugábamos a los tazos, teníamos igualmente como compañía a amigos y aparatos, habituábamos la cancha y los libros, lloramos las mismas penas. Conocimos el gusto por la mujer y el vino y en eso, se nos endureció la inocencia.

Yo pensaba que éramos todos iguales. No fue así, nuestros pasos frescos nunca fueron similares. Y es que la rutilante, firme y consistente diferencia es evidente. Esa diferencia que es planteada y replanteada. Pareciera ser que el ímpetu generacional sea la existencia de la diferencia, se invita a lo distinto mientras se celebra la diferenciación personal, recibiéndola de brazos abiertos. La cruzada es por la diferencia, distanciarme del otro mientras celebro la existencia de lo que nos aleja.

La multitud oscura es tal por la diferencia. Formamos parte de ella, como un mar que mece y esconde la promesa de tempestad. Estas líneas también. Y en la noche, cuando el ruido acaba, se apagan mis luces.