martes, julio 6

La gracia

Hace frío estos días.

Los días nublados no son sensibles a la ajena sensibilidad;
a las naciones o a la virtud;
a las buenas intenciones;
los días nublados no son sensibles ni al disgusto por el frío.

Uno sabe al despertar que hace frío:
te aferras de forma aún más insistente a la ropa de cama,
como si la vida dependiera de ello,
como si una fuerza invasora halara de tu piel,
dejando huesos y órgano por fuera, arrancando la vida de cuajo.

Uno no quiere salir de la cama.

Sin embargo, en mi cama no resides tú:
por lo que me abrigo con todo lo que tengo
para enfrentar la tundra venidera,
el frío espacio entre tu casa y la mía
de mi cama a la universidad,
buscando un rayito de sol filtrado entre las hojas,
de tus ojos, del claro pelo tuyo.

Te voy a buscar y nos reímos mucho.
Me gusta verte sujetar con ambas manos el vaso caliente de latte,
buscando pronto alivio al frío que se posa en tus labios.

Me gusta explorar el centro contigo,
sujeto de tu cintura -no me vaya a perder-
sabiendo y contando de aventuras pasadas y presentes
y soñando con futuros días nublados.

Pero contigo, querida.
Ahí está la gracia.